viernes, octubre 13, 2006

Los alemanes hablan inglés... (Segunda parte)


El frío era insoportable, pero no tanto como lo había sido en Versalles. Recuerdo que en ese lugar en especial el viento frío soplaba tanto que cuando me di cuenta tenía una herida en la espalda, exactamente en donde va el sostén. Todavía tengo la marca. Pero estaba en Berlín y fue la primera vez que vi nieve en las calles, aunque era la una de la mañana y no estaba precisamente feliz por eso.

Junto con Elery, mi mejor y entrañable amigo, porque los amigos se conocen en las adversidades y no sólo en las noches de cantina; caminamos por un túnel que nos conduciría hasta la estación del tren de Berlín. Bajamos algunas escaleras y subimos unas cuantas rampas porque Ele no quería cargar su maleta con rueditas, pero para mí fue horrible pues tuve que cargar a las espaldas mi maleta de soldado porque yo sí me había tomado en serio mi papel de exploradora.

El túnel parecía tener vida durante el día, porque había algunas mesas y sillas, además de cortinas cerradas en lo que debían ser negocios establecidos. Cuando subimos las últimas escaleras llegamos al andén, parecido a los de las estaciones Oceanía, Eduardo Molina y Aragón de la línea amarilla de nuestro subterráneo. De manera casi instantánea, la noche nos cayó en la cara, pues la oscuridad se perdía en la inmensidad de las calles que probablemente se extendían más allá de lo que nuestros ojos podían alcanzar a percibir. Llegaron los trenes, se fueron.... llegaron, se fueron... y nosotros seguíamos esperando el nuestro. La noche seguía fría y oscura.

Cuando estábamos en el andén supimos que el tren cerraba alrededor de la 1:30 de la mañana. ¡Tenemos que apurarnos Ele! Y casi corriendo fuimos a ver un letrero en donde estaba un mapa de las estaciones. ¡Estaba en alemán!, pues claro, ¿qué pensábamos? Eso no era lo peor. No sabíamos ni siquiera en dónde estaba el centro de la ciudad, porque las construcciones en donde se encuentra una plaza en el centro y alrededor una iglesia, un palacio de gobierno, etcétera, sólo son comunes en aquellos lugares conquistados por los españoles, al menos eso pude ver. Afortunadamente, encontramos un letrero de un hostal que se llamaba algo así como “AO”. Rápidamente, Elery me dio a escoger entre la estación “ZOO” y otra que no recuerdo y decidimos ir a la primera.

Pues bien, el resto le tocaría contarlo a Ele porque él solo, con cuatro cursos de alemán que son muy básicos para un idioma tan complejo, descifró, sí, descifró lo que decía el mapa enorme, con muchas estaciones de tren que se cruzaban con estaciones de metro. Pero Ele no está aquí conmigo para contarlo, así que seguiré haciéndolo yo. Desesperados y yo casi resignada a quedarme a dormir en el aeropuerto y esperar el amanecer, unos alemanes bonachones y gorditos se nos acercaron con la mejor de las intenciones para ayudarnos. Cuando les hablé en inglés ellos se vieron uno al otro y rieron, entonces Ele les dijo en alemán: No hablamos alemán. Se fueron.

Nuestra ayuda se había ido a causa de los malditos límites lingüísticos y me sentí tan impotente de no haber podido decirles: ¡Ayuda! ¡No sabemos cómo comprar boletos, porque no hay taquillas, no sabemos a dónde ir, porque su aeropuerto está muerto a la 1 am!

¿En dónde compramos los boletos? Le pregunté a Ele como esperando que él hubiera investigado antes de embarcarnos a tierras desconocidas, pero tampoco sabía y estábamos desesperados porque queríamos encontrar un hotel y dormir. Entonces, tal cual seguramente nuestros antepasados tuvieron que aprender cómo hacer fuego, cómo sembrar e incluso saber qué significaba rezar para los españoles recién llegados de Europa, tuvimos que observar un par de veces cómo otros viajeros compraban su boleto.

¿Cuál es lo diferente? Nunca me lo pregunté, el caso es que si alguien se perdió en el ciberespacio y da con este relato, tal vez podrá tomar sus debidas precauciones antes de ir a Alemania, porque a nosotros nadie nos dijo qué pasaría ahí. Pues bien, lo diferente consiste en un par de cosas tan lógicas que no podíamos equivocarnos.

En Berlín no hay taquillas, ni tampoco torniquetes antes de entrar al metro o tomar el tren, pero eso no significa que no haya boletos. No es gratis el transporte. Para saber eso tuvimos que mirar a una chava y un chavo que parecían latinos. En los andenes hay unas máquinas cuadradas que despliegan en sus pantallas las instrucciones en varios idiomas. Después, observamos que ambos personajes a los que íbamos a seguir porque pensé que eran latinos, checaban su boletito como si estuvieran en una fábrica. Ni eran trabajadores de fábrica, ni latinos y menos hablaban español.

¡Ya entendí! Me dijo Ele. ¡Tenemos que comprar aquí el boleto! Escogió el idioma español, muy mal español por cierto, tan malo que no entendimos las instrucciones. Entonces me dijo: ¿Tienes cambio?, ¡No Ele!, le contesté de inmediato. No importó porque la maquinita recibía billetes. Pero cuando quisimos comprar los boletos, la máquina sólo nos regresaba el mismo billete y no nos daba los boletos.
Rápidamente, volvimos a leer las instrucciones, repetimos el proceso y apretamos todos los botones y nada. Al lado de la máquina había algo que decía: ¡Help! E ingenuamente lo activamos y cuando nos contestó la operadora en alemán, por su puesto, le pedimos en inglés ayuda. Nos colgó.
Nuestra última opción era un policía que se veía algo lejos, pero estaba en el mismo andén. Después de un rato, Ele casi me obligó a preguntarle cómo funcionaba la máquina. Cuando llegamos frente al policía, vestido de un verde militar con su gorrita típica de esa corporación, y lo vi a los ojos, casi me desnuco porque estaba altísimo, con un porte entre Hitler y Goebbels que me dio miedo y casi quedé muda…

miércoles, octubre 04, 2006

Los alemanes hablan inglés... (Primera Parte)
“¿Y si pasamos por migración otra vez y nos dicen que no traemos dinero suficiente?”. “No Ele, ya no pasamos por migración porque ahí están las puertas para salir”. Nos cambió la cara por completo, porque para entonces ya habíamos visitado tres países y estábamos a la mitad del viaje. Obviamente, nuestros fondos eran menores y teníamos miedo de no poder entrar a causa del poco dinero con el que contábamos para entonces. Eso no sucedió. Descubrimos que la Unión Europea revisa una o dos veces a los extranjeros en migración, aunque la primera es la más importante para ellos ya que es más rigurosa.
Así, recogimos las maletas y salimos. Mucha gente se aglutinaba detrás de unas vallas para esperar a sus familiares o tal vez amigos que pisaban por primera vez tierras germanas. Ninguno de nosotros tenía conocidos en Alemania y entonces nos sentimos indefensos y a la vez faltos de un abrazo de nuestras familias que habíamos dejado en México casi 15 días antes.

"Es Europa”, me dijo Elery mientras tomábamos nuestras maletas y estábamos a punto de salir del aeropuerto a la una de la mañana. "No pasa nada si salimos a buscar hotel". “Ni creas que vuelvo a dormir en el aeropuerto como lo hicimos en Londres” me advirtió un poco enojado, por si tenía la idea de proponérselo. Cuando Elery dice no, nadie lo para así después no sepa explicar cómo se atrevió a hacer tal locura.

Cansada, agarré mi maleta verde militar, me la eché al hombro y decidí buscar antes un baño porque en el avión no había visitado los sanitarios. En ese aeropuerto fue donde conocí las toallitas de tela enrolladas que se secan y vuelven a usarse. No sé cómo describirlas, pero el caso es que son muy ecológicas porque no es papel, es un rollo de tela que se jala de un contenedor que automáticamente regresa otro pedazo de la misma tela pero seca. (¿Ya existen aquí?).

Ni un stand de información se encontraba en funciones para comprar una guía o pedir informes sobre hostales. Pero eso no fue impedimento para que dos mexicanos salieran valientemente (pensando que como México no hay dos) a la una de la mañana del aeropuerto de Berlín (sí, la del Muro de Berlín, la de Hitler, la del mundial, la del río Spree, la de Marx), pensando que los alemanes hablaban inglés porque el alemán y el inglés son de la misma familia lingüística o ¿no? ¡Qué ingenuos! Es como si un italiano en Pissa nos hablara en italiano y nosotros en español y […] ¡También nos pasó y tampoco le entendimos! Pero como eso nos pasó después, entonces queríamos creer que dos lenguas de la misma familia podían asemejarse al grado de podernos entender.

El clima no era el mejor, no tengo idea a cuántos menos grados estábamos, pero los huesos se nos congelaron cuando la puerta del aeropuerto se abrió para llegar por fin a la calle. Menos que en Londres, pero se nos congelaron los huesos y nuestra cara parecía no querer más quemarse con los fríos vientos de marzo. Unos señores en alemán, por su puesto, nos invitaban a subir a unos taxis, pero estábamos destinados a viajar por metro, tren y autobús alrededor de Europa si queríamos comer más o menos decente el resto del viaje.

Seguimos caminando ante la negativa de tomar un taxi, inimaginable para nosotros. Y de pronto: “¿Ele esa es nieve? ¡Hay nieve en el suelo!”. Mi cara era de alegría, asombro y miedo a la vez porque caminaríamos a la una de la mañana con nieve y para mí eso quería decir que lo haríamos muertos de frío. Cuando por fin llegamos a la estación de tren -sí, de tren porque estábamos fuera de la ciudad y necesitábamos ir al centro a la una de la mañana- nos topamos con la primera de muchas anécdotas que pasaríamos en la hermosa ciudad de Berlín...